martes, 7 de junio de 2011

Testimonio escrito (IV) - Andrés (Espana)

El gato Andrés quiere contarnos sus andaduras por Granada en este simpatico testimonio! Saludos de Gata Madre, Gato Andrés! :)



Gata Confesora



Queridos y gatunos amigos:

Hace mucho tiempo que le prometí a la GATA MADRE, mi testimonio por escrito para todos vosotros, ciertamente debo de ser un gato de poca palabra, porque he tardado muchísimo en hacerlo, aunque más vale tarde que nunca, como se suele decir, aunque eso no me excusa de mi dejadez…

Lo primero que tengo que hacer es presentarme, mi nombre es GATO ANDRÉS, aunque haciendo un chiste fácil, os diré que como nací el día 26 de Abril (San Isidoro) si mi madre me hubiese puesto el nombre por el calendario, ahora me llamaría ISIDORO, EL GATO… ¡Cómo el de los dibujos animados!



Y os escribo desde mi rincón en GRANADA, no os esperéis grandes cosas de mí, porque hay un refrán que dice: “Los rincones para los gatos, y las esquinas para los guapos” –por eso digo que escribo desde mi rincón, no desde mi esquina…

¿Por dónde empiezo? La GATA MADRE quiere que este sea un testimonio que ayude a los gatos cachorros y adolescentes a ser libres, a no ser atormentados por nadie, a vivir en libertad, con madurez e ideas claras sobre su “ser gatos” (es decir, sobre su homosexualidad)…

Lo primero que tenéis que tener muy claro, es que por nada del mundo os podéis sentir culpables por lo que sois, porque habéis nacido así, lo mismo que yo puedo tener los ojos marrones, medir un metro setenta y cinco, tener cierta propensión a la barriguilla cervecera o ser de pelo castaño, pues ser gato es lo mismo… forma parte de ti, y no te preocupes por ello, no hay argumento en el mundo por el que nadie pueda condenarte por ser rubio ¿verdad?, pues no dejes que nada ni nadie encuentre argumentos, peor aún, te convenza o te haga daño por ello, para decirte que “ser gato” es algo malo, y huye como gato del agua, haciendo “fú, fú, fú…” de todos aquellos que quieran hacerte ver lo contrario (ni padres, ni profesores, ni amigos, ni tu iglesia, tus líderes religiosos… entiéndelo bien, esta es la primera piedra para ser un gato feliz, a NADIE le concedas potestad sobre tu vida para decirte si eres bueno, o malo, o así, o asá…).

Tienes que estar preparado, mucha gente no entiende que haya gatos en el mundo, y van a intentar convencerte de las teorías más absurdas para hacerte creer que ser gato no es lo normal, y que si eres gato es porque algo ha fallado en tu vida: Te dirán que es por culpa de un padre ausente, o de una madre sobre protectora, o porque fuiste abusado sexualmente en la infancia, o porque tu padre era alcohólico…

Hay otra cosa para la que has de estar preparado, o si no te engañaría y te mentiría, que es el desprecio, la falta de respeto, los ataques, los insultos, etc… de todos aquellos que odian a los gatos, estos son la minoría, ya que la mayor parte de la gente que odia a los gatos se debe a que no los conocen… pero tú no tienes que hacerles caso, en absoluto, no dejes que eso te afecte, hay una frase, muy buena, de una gata llamada SUSANITA (amiga de otra gata, llamada MAFALDA, muy famosa en ARGENTINA) en la que, ante un insulto, respondía con humor: “Los cheques de tus insultos no tienen fondos en el banco de mi ánimo” Y así es como debe ser, no sólo no permitas que los insultos y las provocaciones te afecten, menos aún “entres al trapo” que eso es lo que se pretende, simplemente vive y deja vivir, quizás con ese testimonio de que todo te resbale, como el agua a la mantequilla, estás interpelando más a tus agresores que ellos a ti… recuerda que, si los gatos somos conocidos por algo es por nuestra infinita paciencia y desdén…

No te estoy diciendo con esto que seas tonto, iluso, o pasivo (al estilo de la no violencia de GHANDI, por ejemplo) pero hay que darle a cada cosa su importancia: Por ejemplo, puede que en el colegio, tus compañeros te digan: “¡Maricón!”. Seamos sinceros, ni los niños que así te insultan, y puede que ni tú mismo de pequeño, supieseis entonces qué significaba eso, simplemente se trata de insultar por insultar, y los niños suelen emplear lo que nos parece más grave, más ofensivo y todos hemos sabido, desde pequeños, que lo más fuerte que se podía decir a alguien (lo que más regañaban siempre profesores y padres) era decir “maricón” o “hijo de puta” a alguien, aunque tampoco tuviésemos mucha conciencia de lo que fuese una puta, todos sabíamos que era algo muy gordo si los mayores se molestaban y nos regañaban tanto por decir esas palabrotas.

Sorprendentemente, aunque esta palabreja sobre mis espaldas ya no me abandonara en el colegio, ni en el instituto, ni en la universidad, aunque me haya afectado y la haya interpretado de forma diferente en cada etapa, nunca ha sido capaz de insultarme, nunca me he sentido ofendido por ella, es decir, nunca me he chivado a los profesores, ni a mis padres, de que alguien me haya dicho “maricón”, me he podido chivar de otros insultos, otras faltas u otras cosas, nunca de eso, quizás no lo vivía como un insulto, quizás al principio, de niño, tenía asumido que era la carga de desprecio que me correspondía (usando el epíteto más gordo, como hemos dicho) por ser diferente, ir a contracorriente, llevar la contra de la mayoría en el colegio, después en la adolescencia (desde los 14 a los 17 años) no me ofendía (ya empezaba a intuir que, aunque sin dejar de ser un insulto, algo de verdad había en ello) y ya cuando estaba haciendo Derecho en la universidad (desde los 18 a los 22 años) apenas era una anécdota –se supone que todos somos ya más maduros para atacar gratuitamente a los demás y para encajar mejor las cosas, insultos incluidos- y por lo tanto ya me resbalaba, me daba igual…

A la altura de mis 16 ó 17 años, en el instituto, yo ya sabía perfectamente que era gato, gay, homosexual, maricón… en estos tiempos ya el insulto si me jodía un poquillo más, no tanto por el insulto en sí, sino porque no podía distinguir cuándo me lo decían en plan “vamos a insultar gratuitamente al diferente” (yo seguía siendo empollón, listo, aplicado, educado, ajeno al deporte, nulo en gimnasia) o cuando me lo decían en plan “es que eres maricón”, porque si yo ya me había dando cuenta respecto de mí mismo, no controlaba muy bien quienes de entre mis amigos y compañeros podían haberse dado cuenta también, es decir, que lo que me atormentaba entonces era que cómo yo ya lo sabía, los demás pudieran intuirlo igualmente. Aparte del pequeño martirio de interrogarme constantemente acerca de quién lo sospecharía y quién no, o si se me notaba (nadie es consciente de la propia pluma, ni creo ser tan perfecto que no se me haya escapado nunca alguna, aparte del ya mencionado amaneramiento y gesticulación exagerada al hablar, que eso lo he tenido siempre y nunca he hecho nada por evitarlo), pasé el tiempo de instituto sin mayores complicaciones, que yo en aquella época nunca sentí la necesidad, ni remota, de tener novio, o establecer una relación más íntima con ningún otro chico, además de haber sido así (estamos en los principios de los años noventa) ¿con quién? ¿y dónde encuentras otro cómo tú, preguntando? Si ya me preocupaba que se me notase, menos me importaba estar pendiente a los mismos sentimientos de otros hipotéticos gays del instituto, menos mal que tampoco nadie, por aquellas fechas, hiciese nunca problema, ni en la familia, ni entre los amigos o compañeros, de no tener novia o tontear con chicas, ahora que caigo, o lo sospechaban y lo daban por supuesto, mejor no preguntar, o lo veían normal en mí, pues en general nunca he sido muy de salir ni de relacionarme con la gente en ese sentido.

Prueba de ello es que veraneando toda mi vida en Torrenueva, todos los años de mi infancia y adolescencia, con mis abuelos, desde Junio a Septiembre, único nieto que ha tenido ese privilegio, jamás hice amigos de mi edad en la urbanización, ni en el pueblo, pese a tantos años, y es que nunca he tenido necesidad de gente, siempre me he bastado para entretenerme con cualquier cosa yo sólo: leer, escribir, dibujar, ver la tele… nunca me he aburrido en la vida por más sólo que haya estado, claro que esto no es aplicable a todos vosotros, que a veces, he de reconocerlo, soy más raro que un perro verde, como se dice en ANDALUCÍA.

Sólo en el último verano, el verano de finalizar COU con 18 años recién cumplidos, antes de ir a GRANADA a estudiar a la universidad, ese Octubre, tuve la primera ocasión no sólo de reconocer que era gay, sino además manifestarme orgulloso (en el sentido actual de la expresión) de ello, es decir, de reafirmarme, sin miedos ni tapujos. Dos de mis mejores amigos (ellos eran justo un año mayores que yo, y estaban de vacaciones de su primer año universitario) un fin de semana de Julio, me invitaron a pasar con ellos ese fin de semana en la finca de uno de ellos en el campo, la excusa era celebrar el reencuentro después de que ellos se fueran a la universidad a GRANADA y yo me quedara en LINARES haciendo COU, y hacer lo normal de tres jóvenes sólos: Dormir sin horarios, comer guarrerías, hacer una barbacoa, reírnos, charlar, hacer el tonto, jugar al ordenador, etc, etc… Nada más inocente y, efectivamente, así fue, hasta la tarde del domingo, después de comer.

En ese momento, me sentaron en un sillón, y puestos los dos de pie, enfrente de mí, comenzaron a hablarme con estas extrañas palabras: “Mira, Andrés, hemos estado dudando hacer esto, pero al final nos hemos decidido porque somos tus amigos y te queremos, y no queremos que te hagan daño, porque la Universidad es muy cabrona, ya no es el colegio o el instituto, donde todo el mundo se conoce, ahora estarás entre perfectos desconocidos que van a ir por ti, a hacerte daño de verdad, por eso queremos darte estos consejos….” y a continuación entonaron una perorata que yo ya me sabía: que no fuera tan bueno con la gente, que no fuera tan crédulo, que no diera tanta confianza desde el principio de una amistad… todo eso ya lo sabía, no eran más que generalidades que ya había escuchado muchas veces, pero lo que de verdad me dolió fue la segunda parte de las recomendaciones: que no fuera tan expresivo al hablar, que no gesticulara tanto, que intentara ser “más hombre” en mis gestos y mis formas… porque lo que a ellos les preocupaba es que bastante fama de “maricón” ya me había creado en LINARES, en el colegio y en el instituto, para que esa estela me siguiese en GRANADA, en la Universidad, claro que ellos no compartían estas tesis, me las decían por mi bien… y entonces se hizo un silencio aterrador, se suponía que ahora yo tenía que decir algo a mis interlocutores, justificarme o defenderme, aunque en ese momento se escuchó un coche, era mi padre –que había coordinado con los otros padres que fuera él quien fuese a recogernos- así que no pude decir nada. El viaje de regreso fue un poema, yo en el asiento del copiloto con una indignación y un mosqueo grandísimo, mis amigos en el asiento de atrás, más tiesos y callados que un muerto, y mi padre intentando darnos conversación a los tres en vano.

Estaba indignadísimo… ¿Pero quiénes se creían éstos, camuflados de bien intencionados y amigos, para sacarme ese tema y hacerme esa encerrona? Pero, evidentemente no me iba a quedar sólo con mi enfado, tomé unos folios y escribí a los dos la misma carta, de mi puño y letra:

En ella, básicamente, venía a decirles que, en primer lugar, les agradecía el gesto de preocuparse por mí y haberme manifestado sus temores, pero que no pensaba hacerles caso, es decir, que no iba a cambiar mi forma de ser ni un ápice, porque quien quisiera conocerme lo haría, sin quedarse en las formas o en lo superficial, y quien quisiera insultarme lo iba a seguir haciendo cualquiera que fuera el motivo. Ellos mismos, que eran mis mejores amigos, eran la mejor prueba de que quienes de verdad me conocían no se fijaban en mis formas o maneras, por lo que no veía necesidad alguna en cambiar. De todas formas, les añadí, aún en el hipotético caso de que yo fuera gay (cosa sobre la que me estaba interrogando, no me daba la gana de reconocerlo aún ante ellos) no sería algo que dependiera tanto de las formas: Ahí tenían el ejemplo de Rock Hudson, del que nadie se atrevería a decir nada por sus formas, y sin embargo era gay, lo mismo que torres más altas han caído; finalmente les decía que si yo fuera gay, podían tener la seguridad de que nunca se lo diría a ellos, esa será vuestra duda, cabrones (sé que es un poco fuerte pero esas fueron las últimas palabras de la carta).

Evidentemente, escogí cuidadosamente el momento de dárselas, a uno de ellos se la di a pie del autobús cuando partía para GRANADA y al otro se la dí dentro de un libro que me había pedido prestado, también antes de regresar a GRANADA. No tenía yo ganas de que me calentaran la cabeza con la réplica… aunque lo cierto es que ambos, desde entonces, nunca jamás osaron sacar el tema. Se puede decir que esta fue la primera vez que salí del armario sin quererlo, pues había sido forzado por ellos, les di con la puerta en las narices y después, de nuevo, me metí dentro del armario. Pero aquel episodio me sirvió para reafirmarme un poquito más.

Con 28 años hubo un acontecimiento que me hizo salir del armario delante de mis padres… reconozco que puede parecer una edad tardía, y eso que mi novio y yo ya llevábamos varios años viviendo juntos como dos conocidos “compartiendo gastos” de cara a la familia, aunque tampoco se trata de que fuerces el momento, y en el fondo, no nos engañemos, unos padres que conocen a sus hijos siempre se lo imaginan… resulta que me operaban, y a mi novio al saber que era con anestesia, al vivir nosotros en Madrid, le daba cosa que mis padres no lo supieran, se lo dijimos y vinieron… había una prima mía presente, que luego –más tarde- me dijo que si éramos pareja, yo le pregunté que cómo lo sabía, ella me dijo que las miradas que nos echamos cuando me subieron al quirófano hablaban por sí solas… y que si mis padres no se daban cuenta era porque o eran tontos, o se hacían los tontos… aunque ya era hora que se lo dijese…

¿Salir del armario? ¿Y quién le pone el cascabel al gato? –como suele decirse- aunque he de reconocer que no fue tan malo como esperaba, lo dicho, ellos se lo imaginaban, en el fondo lo único que no querían era que sufriera, por el desprecio de los demás, por eso los padres disimulan, porque no quieren que al hacernos visibles podamos sufrir…. porque ellos quieren siempre lo mejor para nosotros…

Y por último, un consejo, creo que es el mejor que puedo daros… ser gato, gay, homosexual, o todo lo que ello implica, no significa necesariamente que tengas que seguir, de la misma manera, el modelo de vida que nos quieran imponer, como si de un uniforme se tratara, los propios colectivos LGTB… es decir, sé tú mismo, con tus ideas, con tus gustos, con tu pluma o no pluma, con tu promiscuidad o sin ella, con tus filias y tus fobias… ¡PERO SIEMPRE TÚ! Tan alienante es para ti el que te insulten, te desprecien o te den de lado por ser como eres, como el pretender que te sometas a unos esquemas que se suponen propios de un colectivo, de la gatunidad o de la homosexualidad… ¡Sé siempre tú mismo! Puede parecer una cosa evidente, una tautología, pero es el único consejo sabio que te puedo dar, si me equivoco, que la MADRE GATA nos corrija….

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